El monumento a Miguel de Cervantes en Madrid, construido en 1929, que se encuentra en la plaza de España.

A pesar de la cantidad de información que tenemos de Cervantes a causa de la exploración continua de archivos, emprendida desde el siglo XVIII y continuada hasta nuestros días, existen interrogantes sobre la infancia del autor y también sobre momentos muy específicos de su vida, concretamente entre los años 1597 y 1604.

Sí sabemos que nace en Alcalá de Henares, que se bautiza el 9 de octubre de 1547 y que probablemente nace concretamente el 29 de septiembre, día de festividad de San Miguel Arcángel. Tampoco parece existir ningún cuadro o pintura de Cervantes, la única descripción que tenemos del autor es la que hace él mismo en el prólogo de las novelas ejemplares.

También sabemos que en el año 1566 se instala en Madrid con su familia y que tres años más tarde, en 1569, inicia su carrera como escritor con dos poemas incluidos en el libro que publica Juan López de Hoyos, con motivo de la muerte de la reina Isabel de Valois. En noviembre de este mismo año, a la edad de 22 años, Cervantes llega a Roma.

Muchas veces se ha relacionado esta ida a Italia con un episodio un tanto turbio de su vida. Cervantes es declarado culpable y acusado de rebeldía después de haber herido en duelo a un tal Antonio de Sigura. Es entonces reclamado por la justicia y condenado a que le corten públicamente la mano derecha, también a ser desterrado del reino de España por diez años.

Estando en Roma y lejos de la justicia española, se inicia en el servicio de las armas entrando en los Tercios. Pasa cinco años luchando por su país contra la expansión turca a la orden de Don Juan de Austria. A esta lucha se une su hermano Rodrigo un año después de la llegada del autor a la actual capital de Italia.

Cervantes participa en la heroica batalla de Lepanto presidida por Don Juan de Austria en el otoño de 1571, antes de su intento de regresar a la península en 1575. Combate con gran valentía, según los testimonios escritos por sus compañeros. En esta lucha naval recibe tres arcabuzazos, uno de ellos en el brazo izquierdo, lo cual le inutiliza la mano y gana el sobrenombre de “El manco de Lepanto”.

Como dijimos hace un momento, Cervantes decide regresar a España a principios de septiembre de 1575. Dicen que deseaba triunfar como poeta o como autor de comedias. A su retorno de Nápoles a España es capturado, junto a su hermano Rodrigo, por unos corsarios cerca de las costas catalanas y llevado a Argel.

Es curioso porque estos berberiscos piden un rescate a su familia de 500 escudos, porque creían que se trataba de un personaje importante a causa de dos cartas de recomendación que traía encima, una firmada por Juan de Austria y otra por el Duque de Sesa.

El autor dejará huella de este suceso en sus comedias de ambiente argelino “Los tratos de Argel” y “Los baños de Argel”. Más de cinco años duró su cautiverio tras cuatro fallidos intentos de fuga, dos por tierra y dos por mar. Finalmente, ante la imposibilidad de la familia de reunir en solitario aquellos 500 escudos, es rescatado por los padres trinitarios en 1580.

Esta liberación le permite desembarcar por fin en Denia, Valencia, a los 33 años de edad. Una vez en España intenta el autor que se le reconozcan sus logros militares y paralelamente comienza a componer algunas de las comedias, entre ellas “La batalla naval”, “Los tratos de Argel”, de la que hemos hecho referencia antes, y “El cerco de Numancia”, también conocida como “La Numancia”, “La destrucción de Numancia” o “Tragedia de Numancia”, escrita en 1585 e inspirada en la derrota de Numancia a manos del poder romano en el siglo II antes de Cristo. Y que sabemos por el propio Cervantes, y según aparece en el prólogo de sus “Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados”, que fue llevada junto a “La batalla naval” a los teatros de Madrid, “sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza”.

El argumento de esta comedia se desvela desde un principio como toda tragedia, para lograr una vigorosa catarsis final. Numancia, una ciudad celtibérica, resiste desde años a las tropas del general Escipión, quien decide cercar a los numantinos para que mueran de inanición. Cansados y desfallecidos, los habitantes se preparan para una salida desesperada, pero las mujeres, temiendo al desenlace de una muerte segura, que las dejará desamparadas y a manos de los romanos, impiden la salida con argumentos efectivos. Y así con un discurso protagonizado por ellas, logran que los hombres decidan tomar otro rumbo.

A propósito del papel de la mujer en las obras cervantinas, el autor, trata a las mujeres de un modo mucho más respetuoso y reivindicativo que ningún otro escritor del Siglo de Oro español, brindándole autonomía y liberándola de la horrorosa carga de ser un objeto de cambio. La mujer de Cervantes es inteligente y desea ser libre, independiente y no esclava de su marido. El autor las dota de una personalidad más profunda y menos convencional que las mujeres creadas por otros dramaturgos de la época.

Al final de la tragedia todos los habitantes se dan muerte entre ellos. Cuando los romanos entran divisan una ciudad inerte, viendo al último de los numantinos arrojarse al vacío.

Vamos a dar paso a un fragmento adaptado de esta heroica tragedia que forma parte de nuestra obra educativa «Cervantes / El Ingenioso» del proyecto «Autores en Escena». En el mismo, intervienen Teógenes y Lira, el primero, un numantino valeroso dispuesto a morir con honor frente a su rival Escipión:

TEÓGENES

En términos nos tiene nuestra suerte,
dulces amigos, que será ventura
acabar nuestros daños con la muerte.
Por nuestro mal, por nuestra desventura,
vistes del sacrificio el triste agüero,
y a Marquino tragar la sepultura.
El desafío no ha importado un cero;
de intentar qué nos queda no lo siento,
si no es acelerar el fin postrero.
Esta noche se muestre el ardimiento 
del numantino acelerado pecho,
y póngase por obra nuestro intento:
el enemigo muro sea deshecho;
salgamos a morir a la campaña,
y no, como cobardes, en estrecho.
Bien sé que sólo sirve esta hazaña
de que a nuestro morir se mude el modo;
que con ella la muerte se acompaña.

LIRA

Dulces señores nuestros, si en los males
hasta aquí de Numancia padecidos,
que son menores los que son mortales,
y en los bienes también, que ya son idos,
siempre mostramos ser mujeres vuestras, 
y vosotros también nuestros maridos,
¿por qué en las ocasiones tan siniestras
que el cielo airado agora nos ofrece,
nos dais de aquel amor tan cortas muestras?
Hemos sabido, y claro se parece, 
que en las romanas armas arrojaros
queréis, pues su rigor menos empece
que no la hambre de que veis cercaros,
de cuyas flacas manos desabridas
por imposible tengo el escaparos. 
Peleando queréis dejar las vidas,
y dejarnos también desamparadas,
a deshonras y muertes ofrecidas.
Nuestro cuello ofreced a las espadas
vuestras primero; que es mejor partido 
que vernos de enemigos deshonradas.
Yo tengo en mi intención estatuido
que, si puedo, haré cuanto en mí fuere
por morir do muriere mi marido.
Y esto mesmo hará la que quisiere 
mostrar que no los miedos de la muerte
le estorban de querer a quien bien quiere,
en buena o mala, en dulce o amarga suerte.
¿Qué pensáis, varones claros?
¿Revolvéis aun todavía 
en la triste fantasía
de dejarnos y ausentaros?
¿Queréis dejar por ventura
a la romana arrogancia
las vírgenes de Numancia 
para mayor desventura?
Y a los libres hijos nuestros
¿queréis esclavos dejallos?
¿No será mejor ahogallos
con los propios brazos vuestros? 
¿Queréis hartar el deseo
de la romana codicia,
y que triunfe su injusticia
de nuestro justo trofeo?
¿Serán por ajenas manos 
nuestras casas derribadas?
Y las bodas esperadas,
¿hanlas de gozar romanos?
En salir hacéis error,
que acarrea cien mil yerros, 
porque dejáis sin los perros
el ganado, y sin señor.
Si al foso queréis salir,
llevadnos en tal salida,
porque tendremos por vida 
a vuestros lados morir.
No apresuréis el camino
al morir, porque su estambre
cuidado tiene la hambre
de cercenarla contino. 
Hijos destas tristes madres,
¿qué es esto? ¿Cómo no habláis,
y con lágrimas rogáis
que no os dejen vuestros padres?
Basta que la hambre insana 
os acabe con dolor,
sin esperar el rigor
de la aspereza romana.
Decidles que os engendraron
libres, y libres nacisteis, 
y que vuestras madres tristes
también libres os criaron.
Decidles que, pues la suerte
nuestra va tan de caída,
que, como os dieron la vida, 
ansimismo os den la muerte.
¡Oh muros desta ciudad!,
si podéis, hablad; decid,
y mil veces repetid:
«¡Numantinos, libertad!» 
Los templos, las casas nuestras,
levantadas en concordia;
os piden misericordia,
hijos y mujeres vuestras.
Ablandad, claros varones, 
esos pechos diamantinos,
y mostrad, cual numantinos,
amorosos corazones;
que no por romper el muro
remediáis un mal tamaño; 
antes en ello está el daño
más propincuo y más seguro.
Desesperación notoria
es esta que hacer queréis,
adonde sólo hallaréis 
breve muerte y larga gloria.
Mi pobre ingenio os advierte
que si hacéis esta salida,
al enemigo dais vida
y a toda Numancia muerte. 
Aunque estuviesen abiertos
los muros y sin defensa,
seríades con ofensa
mal vengados y bien muertos.
Mejor es que la ventura 
o el daño que el cielo ordene,
o nos salve o nos condene,
dé la vida o sepultura.

TEÓGENES

Limpiad los ojos húmidos del llanto, 
mujeres tiernas, y tené entendido
que vuestra angustia la sentimos tanto,
que responde al amor nuestro subido;
ora crezca el dolor, ora el quebranto
sea, por nuestro bien, disminuido, 
jamás en vida o muerte os dejaremos;
antes, en muerte y vida os serviremos.
Pensábamos salir al foso, ciertos
antes de allí morir que de escaparnos,
pues fuera quedar vivos, aunque muertos, 
si muriendo pudiéramos vengarnos;
mas, pues nuestros disignios descubiertos
han sido, y es locura aventurarnos,
amados hijos y mujeres nuestras,
nuestras vidas serán, de hoy más, las vuestras. 
Sólo se ha de mirar que el enemigo
no alcance de nosotros triunfo y gloria:
antes ha de servir él de testigo
que apruebe y eternice nuestra historia;
y si todos venís en lo que digo,
mil siglos durará nuestra memoria: 
y es que no quede cosa aquí en Numancia
de do el contrario pueda haber ganancia.
En medio de la plaza se haga un fuego,
en cuya ardiente llama licenciosa
nuestras riquezas todas se echen luego, 
desde la pobre a la más rica cosa;
y esto podéis tener a dulce juego,
cuando os declare la intención honrosa
que se ha de efectuar, después que sea
abrasada cualquier rica presea. 
Y, para entretener por alguna hora
la hambre, que ya roe nuestros huesos,
haréis descuartizar luego a la hora
esos tristes romanos que están presos,
y, sin del chico al grande hacer mejora, 
repártanse entre todos; que con esos
será nuestra comida celebrada
por estraña, cruel, necesitada.
Amigos, ¿qué os parece? ¿Estáis en esto?
Digo que a mí me tiene satisfecho,

LIRA

Y que a la ejecución se venga presto
de tan estraño y tan honroso hecho.

De modo simultáneo, Cervantes escribiría «La Galatea» en este mismo año 1585. Una obra que “en una mezcla entre prosa y versos intercalados muestra el sueño de la edad de oro”, según Jean Canavaggio.

Dos años después, entre los años 1587 y 1593, la premura económica llevan al autor a ejercer el cargo de comisario real de Abastos, para más tarde, concretamente desde 1594 hasta los primeros años del seiscientos, iniciarse en el oficio de recaudador. Vive casi como un nómada por Andalucía, donde recibió denuncias, dos excomuniones y el encarcelamiento en Sevilla hasta aproximadamente el año 1598, mismo año en que escribe su famoso soneto “Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla”.

Se abre con estos dos oficios una etapa de seis años alejado de toda producción literaria. Sin embargo, ya se fragua en estos años la primera parte del Quijote, según nos deja saber el propio autor en su prólogo. Estos azares en la vida del autor le brindan la posibilidad, seguramente, de producir una galería de personajes entremesiles dotados de rasgos psicológicos más profundos con respecto a los tipos característicos de la época, según nos afirma Javier Huerta Calvo, catedrático de Literatura española en el Instituto del Teatro, Universidad Complutense de Madrid. Que por cierto, recomendamos la lectura de su prólogo y edición en “Cervantes entremeses”, de la editorial Edaf, 2006.

Volviendo al Quijote, la primera parte se edita en 1605, cuando el autor tenía ya más de 50 años, en una época donde el teatro era lo más valorado y la novela carecía de prestigio. Sin embargo, algunos autores se lanzaron a copiarle, e incluso, según demuestran los archivos, un tal Alonso Fernández de Avellaneda, seudónimo que en realidad ocultaba la verdadera identidad de este escritor, suplanta a Cervantes en la escritura de una segunda parte de la novela.

En «El Quijote» Cervantes hace uso de su invención y se sirve de la ironía como nadie, dotando a su protagonista de una personalidad ampliamente ambigua. El hecho de que un hombre, leyendo novelas de caballería, se vuelva loco y al mismo tiempo sea indiscutiblemente un sabio, hace de esta novela una pieza única y una obra maestra sin precedentes. Esta dualidad que se presenta a través del personaje protagonista, estará presente a lo largo de toda la novela. Una obra que se aleja de las convenciones de la época, y que quizás por ello tarda siglo y medio en entenderse profundamente.

En 1615 sale a la luz la segunda parte de «El Quijote». De acuerdo con Jean Canavaggio, Cervantes lleva la novela a la perfección literaria, asegurándole una consagración inmediata, confirmada en adelante por la posteridad.

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