Grabado «Ni así la distingue» (Los caprichos de Goya).

Tirso de Molina, nace en Madrid en 1579. Aunque poco se sabe de su infancia, sí sabemos que en el año 1616 embarca para Santo Domingo en una misión pastoral. Dos años después vuelve a Toledo donde empieza a redactar “Los Cigarrales de Toledo”. Más tarde viaja a Sevilla y finalmente vuelve a Madrid en 1620, año en el cual el autor ya había alcanzado un punto álgido con obras como “El burlador de Sevilla” y “El vergonzoso en palacio”.

Sabemos también que el talento de Tirso de Molina no fue acogido de igual manera por todos. En 1625, en la tarea de regenerar algunas corrupciones, la Junta de Reformación de las costumbres ataca al autor por escribir obras profanas:

Tratóse del escándalo que causa un fraile mercedario, que se llama el Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, con comedias que hace profanas y de malos incentivos y ejemplos. Y por ser caso notorio se acordó que se consulte a S.M. mande que el Padre Confesor diga al Nuncio le eche de aquí a uno de los monasterios más remotos de su Religión y le imponga excomunión mayor latae sententiae para que no haga comedias ni otro ningún género de versos profanos. Y esto se haga luego.


Aunque las decisiones tomadas por la Junta no persuaden al autor de escribir según los preceptos que defendía esta, Tirso irá alejándose poco a poco de este tipo de «escritura profana». Antes de su muerte en 1648, se convierte en un defensor de la libertad del poeta moderno frente a la normativa clasista y estricta. Escribe comedias de capa y espada, y palatinas, como es el caso de «El vergonzoso en palacio» y «Don Gil de las calzas verdes». Comedias históricas, como «Los amantes de Teruel». Comedias religiosas y filosóficas, como su drama “La mujer que manda en casa” y “El burlador de Sevilla”. Comedias mitológicas, autos sacramentales y obras en prosa.

El autor defendió asimismo la fórmula de la comedia nueva, la libertad de manejo del tiempo y el espacio, el introducir duques y condes en un género de comedia doméstica y la existencia de la variedad dentro de la misma, junto a la capacidad de agradar a todos los gustos por ser esta imitación de la vida. La concepción dramática de Tirso, de acuerdo con Arellano, se define por la libertad creadora, la variedad compositiva y temática, la presencia del público como algo imprescindible (al cual dirigía intencionalmente sus intervenciones de carácter sumamente teatral), la importancia de la técnica constructiva y del lenguaje poético, la sobriedad en cuanto a tramoya en escena, y sobre todo un rasgo muy característico que marcará su teatro, que consistía en “el perfeccionamiento de la construcción de los mundos cómicos y la elaboración de acciones coherentes y complejas con un refinamiento de la comicidad, en el que la exploración de la burla alcanza múltiples dimensiones”.

La burla resulta predominante en “El burlador de Sevilla” y aparece, según Bihler, en forma de ironía. Asistimos en la pieza a las aventuras y quehaceres del burlador Don Juan Tenorio. La acción comienza en el palacio de Nápoles con la burla a la duquesa Isabela, la cual goza Don Juan haciéndose pasar por el duque Octavio. Nuestro protagonista consigue escapar a España gracias a su tío Don Pedro. La segunda burla del personaje tiene lugar en Tarragona, esta vez a Tisbea, una pescadora que igualmente goza Don Juan y que al verse abandonada deja plasmada, a través de su monólogo, la visión del castigo mediante el fuego. Un monólogo cargado de un alto lenguaje poético que nos brinda imágenes de fuego y de destrucción. En este, Tisbea compara a Don Juan con el caballo de Troya y es el fuego para ella símbolo de castigo y de la pasión causante de la ruptura de su honra. La tercera burla que lleva a cabo Don Juan es hacia Ana de Ulloa, donde junto a su lacayo Catalinón engaña al Marqués de la Mota. Sirviéndose de una carta de cita que le da Doña Ana, la cual debe entregar al Marqués, se hace pasar por este para aprovecharse de ella. Pero la burla se agrava cuando aparece el Comendador Don Gonzalo de Ulloa, padre de esta, y Don Juan le da muerte.

Justo antes de que Don Juan se presente en los aposentos de Doña Ana, este le hace saber de sus intenciones a su lacayo Catalinón, un personaje que, concediéndole el papel del gracioso, Tirso integra al igual que los demás caracteres a la trama y dentro de la acción cómica. Catalinón será para Don Juan su confidente, su ayudante y en el mismo grado su consejero moral, este será quien le recuerde a su amo las graves consecuencias de sus pecados. Ya desde la primera jornada el personaje le advertirá a Don Juan del posible fin funesto que han de correr los que burlan a las mujeres:

CATALINÓN

Los que fingís y engañáis

las mujeres desa suerte,

lo pagaréis en la muerte.

Cuando su amo le anuncia el plan para lograr burlar a Ana de Ulloa, Catalinón le hace ver otra vez su temor a ser prendidos y se niega ante la intención de la nueva burla:

CATALINÓN

No lo apruebo.

Tú pretendes que escapemos

una vez, señor, burlados;

que el que vive de burlar

burlado habrá de escapar

[pagando tantos pecados]

de una vez.

Predicador impertinente, le llama Don Juan. A través del lenguaje de su lacayo, asistimos a un preludio del destino que le espera a nuestro protagonista: el de la muerte y el de ser burlado por una burla superior a las suyas propias.

Tras la muerte de Don Gonzalo de Ulloa, la burla dentro de la estructura dramática adquiere una creciente connotación. La misma, protagonizada por Don Juan, llega a la cima cuando en Dos Hermanas, un pueblo de ambiente rústico, el personaje interrumpe la boda entre los villanos Aminta y Batricio. Antes de consumar el matrimonio, Don Juan consigue seducir a esta y engañar al recién casado haciéndole creer que lleva una aventura con Aminta. De este modo, el recorrido de la burla irá acrecentándose. Casi al finalizar la obra, el personaje profana el sepulcro de Don Gonzalo invitándole a su posada en caso de que quiera vengarse, este en forma de estatua de piedra se le aparece y le devuelve la burla invitándole a cenar en su capilla a la noche siguiente. Don Juan en una muestra de osadía y por cumplir su palabra acude (una paradoja si tenemos en cuenta que nada de lo que promete a las mujeres lo cumple). En la cena, de menú procedente del mismo infierno, Don Gonzalo le pide la mano y al estrechársela Don Juan muere como abrasado por el fuego.

La presencia de la burla en forma de ironía, a la que hace alusión Bihler, resulta degradante y presenta dos distintas funciones. Por una parte, una negativa y por otra una positiva, la cual se corresponde con la acción de deshacer el engaño. La primera, la negativa, se manifiesta como instrumento del amor profano y sensual de Don Juan, y en menor medida, ya que no intentan engañar ni deshonrar a nadie, por Isabela, Tisbea, Mota y Aminta. Personajes que, de acuerdo con Bihler, engañan exclusivamente jugando con sus amantes y terminan burlados por el mayor burlador que es Don Juan. La segunda, la burla positiva, viene ejecutada en la pieza por aquellos personajes que representan a Dios y el amor verdadero, como Don Gonzalo de Ulloa (el principal antagonista de Don Juan que vendrá en forma de estatua de piedra), los reyes y Catalinón. Existe de esta manera una marcada simetría que, mediante el paralelismo y la repetición, caracteriza la ordenación estructural de “El burlador de Sevilla”. Veamos algunos ejemplos concretos:

Si tenemos en cuenta los versos del monólogo de Tisbea, al que se hace alusión más arriba, se dice que “siempre las que hacen burla, vienen a quedar burladas”, vemos que el personaje, al igual que Don Juan más tarde, es víctima de una burla mayor. Del mismo modo, ambos personajes perciben el fuego como instrumento de castigo. Lo que mueve a Tisbea y a Don Juan a cometer sus acciones son, por un lado, la libertad amorosa que proclama Tisbea en su primer monólogo, y por otro lado, la actividad erótica y el placer sexual que impulsa a Don Juan, estos últimos unidos a la vanidad de la burla. Una burla que es posible gracias al carácter histriónico del personaje y que Tirso concede no solo a Don Juan, sino a muchos de sus personajes, conscientes de estar haciendo teatro y de actuar, resultando, como bien apunta Arellano, ser maestros de la máscara y el disfraz. Esta connotación en el campo sexual que refleja el personaje en esta pieza, viene a ser el aspecto más llamativo del primer Don Juan Tenorio de la literatura española. Para muchos críticos, afirma Arellano, la fascinación que produce este personaje, más tarde convertido en mito, radica en la «capacidad de proyectar en sus andanzas sus deseos ocultos, sus impulsos de dominio y apetitos sexuales, sus ansias de poder y liberación de instintos reprimidos«.

También la crítica ha reconocido en este primer avatar que es Don Juan Tenorio de Tirso, un creyente rebelde y un héroe trágico de la transgresión moral. Pero lo cierto es que Don Juan peca contra la sociedad y la ley, dejando al margen a Dios y sus mandamientos. De esta manera, parece obvio que la crítica social es el tema básico de la obra.

Asimismo para Arellano, el interés de Don Juan no radica en cambiar un sistema ya consolidado, ya que el personaje se beneficia de la privilegiada posición social que le proporciona este sistema y que le permite desde ahí ser burlador. Si el personaje rompe las reglas es para abusar, apoyado precisamente en esos privilegios. Esta crítica social se subraya también contra el rey, quien no es capaz de castigar a Don Juan a medida que se van acumulando sus burlas, y que solo alcanza injustamente convertirlo en Conde en vez de desterrarlo. Una crítica contra una sociedad que no es capaz de hacer justicia y en la que solo se hará lo correcto si aquello que hay que arreglar está en manos de Dios. Una crítica también a la degradación y a la corrupción de las ciudades. Recordemos las palabras triunfantes de Don Juan al burlar al matrimonio villano:

DON. JUAN

Con el honor le vencí,

porque siempre los villanos

tienen su honor en las manos,

y siempre miran por sí.

Que por tantas variedades

es bien que se entienda y crea

que el honor se fue al aldea

huyendo de las ciudades.

Mediante esta intervención del personaje, y de acuerdo a sus coetáneos, Tirso de Molina aboga por la platónica exaltación de la vida sencilla en el campo. Recordemos también el interés de Lope de Vega en comedias centradas en la exaltación paradisiaca de la vida rural, y que responde al tópico de que la moral de la vida en el campo es superior, frente a la corrupción y al vicio en las grandes ciudades.

Por otra parte, Don Juan, quien con su constante coletilla “qué largo me lo fiáis” presume de ser el gran burlador de España, como bien le define su lacayo Catalinón, nos deja ver que también sus burlas se hacen hueco dentro de los de baja condición social gracias a su ostentación retórica. Es decir, el personaje apoyado en sus conceptos y palabras, con las cuales seduce tanto a mujeres como a hombres, nos informa que es consciente de una marcada superioridad con respecto a villanos en este sentido. De igual modo, esto le permite seguir gozando de la tarea continua de burlar.

En resumen y para la crítica en general, el componente principal de las obras de Tirso es sin duda su humor. Piezas cargadas de atrevimientos que, como nos anuncia Arellano, lograron escandalizar a los reformadores. La lucha de los sexos con alusiones eróticas, la exploración de la comicidad rústica al modo de los personajes bobos del siglo XVI, la refinada burla cortesana, la atmósfera lúdica y predominante en sus obras, la riqueza de los medios lingüísticos con un carácter histriónico a nivel de la palabra, conforman el cuerpo de sus comedias cómicas.

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Enlace de interés:

http://www.cervantesvirtual.com/obra/el-burlador-de-sevilla-y-convidado-de-piedra–0/

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