Concha Méndez nació en un año importante dentro de la historia, si tenemos en cuenta que en este mismo año, en 1898, España pierde las colonias, desencadenando el llamado Desastre del 98. Suceso que dio lugar a algunas de las inquietudes que plasmaron la conocida Generación del 98. En 1898 nace también Federico García Lorca, amigo entrañable hasta su muerte de la autora, y «celestino» de la relación entre esta y el poeta Manuel Altolaguirre. Asimismo, nace el poeta Vicente Aleixandre, quien pertenecerá a la nómina de la Generación del 27 junto a Lorca, Concha Méndez y demás artistas coetáneos, preocupados por la estética literaria de la época y la problemática del hombre.

En algunas ocasiones la crítica ha señalado la ausencia de un documento «oficial» donde se refleje que verdaderamente la autora pertenecía a dicha nómina. Sin embargo, sabemos que Concha nace entre los mismos años que nacieron los poetas, escritores y artistas que se enmarcan ahora dentro de la Generación del 27. Además, al igual que María Teresa León, Maruja Mallo, Margarita Manso, Ernestina de Champourcín, María Zambrano, Rosa Chacel, Ángeles Santos, Marga Gil, Carmen Conde, Concha Albornoz y Josefina de la Torre, Concha Méndez llevaría una actividad literaria tan activa que, junto a estas mujeres artistas con quienes compartiría la misma ideología, formaría parte del grupo «Las Sinsombrero».

Estas mujeres, con el transcurso del tiempo hasta nuestros días, recibirán un escaso reconocimiento literario por parte de la crítica en general, y los estudiosos de la literatura española. Nada más hay que ver la poca presencia, casi nula, en el estudio de lecturas obligatorias dentro de las etapas de la Educación Secundaria Obligatoria y de Bachillerato en la actualidad, dentro de la asignatura Lengua Castellana y Literatura. Lo curioso es que, según muestran los testimonios escritos, en los tiempos de Concha Méndez estas mujeres gozaban de la vida literaria y artística tanto como aquellos autores de la Generación del 27, aunque lucharían desde entonces por una visibilidad que sobrepasara los círculos literarios. Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Emilio Prados, Lorca y Manuel Altolaguirre visitaban junto a ellas las conocidas tertulias literarias de la época. Asimismo, estudiaron muchos de ellos, compartiendo trabajos y colaborando, en la Residencia de estudiantes de Madrid, para más tarde realizar juntos escritos en libros y revistas, entre ellos, los poemas de Concha Méndez incluidos en la Segunda Antología de poemas de la Generación del 27 que realiza Gerardo Diego.

Esta generación se consolida con motivo de la Conmemoración de los 300 años de la muerte de Góngora, que tiene lugar en el Ateneo de Sevilla en 1927. Poeta al que recurren los autores de esta etapa, concediéndole el papel de guía literario. También, sienten una profunda admiración por Antonio Machado y por Juan Ramón Jiménez. Este último desempeñó un importante papel en las publicaciones de los primeros libros escritos por la Generación del 27. Asumen el concepto de la «deshumanización», acuñado por Ortega y Gasset, acogiendo influencias de las Vanguardias ya presentes desde la Generación del 98 y consolidadas algunas de ellas desde la Generación del 14 con su empeño europeísta.

Por ello, la Generación del 27 se caracterizó fundamentalmente por aunar vanguardia y tradición, por el equilibrio entre el arte intelectual y el popular, entre la poesía pura y la sentimental, entre dicha «deshumanización» y una poesía preocupada por los problemas del ser humano y su devenir, mostrando un gran interés por el lenguaje poético. Asimismo, les atraía la modernidad de las grandes ciudades y abogaban por las metáforas, dejando ver el amor desde las perspectivas del erotismo y la naturaleza, y desde los rincones más íntimos.

De acuerdo con García de la Concha, Luis Cernuda dejaría reflejado su parecer sobre este período literario que atañe a la Generación del 27. El autor diferenciaría de esta manera cuatro fases dentro esta actividad literaria: predilección por la metáfora, actitud clasista, influencia gongoriana (fase relacionada con las dos primeras) y contacto con el surrealismo, esta última marcada por la separación definitiva.

A esta etapa, caracterizada por movimientos artísticos literarios de toda índole, y muchas veces nombrada como la Edad de Plata de la cultura española, pertenece Concha Méndez. Nacida bajo una actitud rompedora, la autora destaca en su época, al igual que sus coetáneas, por sus constantes actividades relacionadas con la reivindicación de la mujer a través de sus escritos y encuentros en el Lyceum Club Femenino de Madrid. Encuentros a los que asistían un grupo de autoras y artistas que realzaban la figura de la mujer en el arte, situándola en el centro de sus obras y en un intento de denunciar la poca visibilidad que tenían frente a la sociedad.

Según Tània Balló, impulsora del proyecto «Las Sinsombrero», este empeño de la mujer nacida después de la Primera Guerra Mundial en ocupar un espacio público, sería una de las cuestiones más importantes en la reafirmación de esa conciencia vanguardista, que tanto caracterizó a «Las Sinsombrero» y por consiguiente, sabemos que a Concha Méndez.

El nombre de «Las Sinsombrero» surge de la negación de estas artistas de llevar sombreros como reflejo de la mujer liberada e independiente. Un profundo gesto de trasgresión que buscaba romper o modificar el único destino que hasta ese momento, marcado por la invisibilidad cultural, política y social, les estaba concedido. De este mismo modo, las obras de las artistas de la Generación del 27, a la cual como ya dijimos pertenecía Concha también, conllevaban ese espíritu rompedor y de modernidad.

Concha Méndez viaja desde temprana edad, a pesar del desacuerdo de sus padres, y alcanza codearse con artistas de reconocidas obras literarias. También funda la imprenta «La Verónica» junto al que sería su esposo y padre de su hija, el poeta Altolaguirre. Esta imprenta la establecen ambos en La Habana durante los cuatro años de estancia en la isla. Emanciparse le permite publicar sus obras en Cuba, Argentina y México, participar en el Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura, escribir obras dramáticas, tanto infantiles con finalidad educativa, como obras existencialistas de pinceladas surrealistas. En resumen, la vida deseada que consistía en viajar y escribir, y de la cual hacía alusión la autora en «Memorias habladas, memorias armadas».

Su poesía rompe con lo tradicional y se enmarca en el período del estallido estético de la Vanguardia durante los años de la Segunda República. Muchas de las expresiones simbolistas en sus poemas conectan al lector con el Decadentismo, el Impresionismo, el Esteticismo y el Esencialismo. Su producción artística podría dividirse en tres etapas diferenciadas y que al mismo tiempo se relacionan con su vida personal. A la primera etapa pertenecen sus primeros escritos de «Inquietudes» de 1926, «Surtidor» de 1928 y «Canciones de mar y tierra» de 1830. Período en el cual Concha estaría influenciada por Rafael Alberti. En «Inquietudes» aparecen poemas de corte «ultraísta» que hablan de la vida moderna, de automoviles, del deporte, bailes, cine, naturaleza y viajes:

AUTOMÓVIL 

Automóvil
Una cantata de bocina.
Gusano de luz por la calle sombría.
Los ojos relucientes bajo la noche fría.
Reptil de la ciudad que raudo se desliza.

(Inquietudes : 1926)

Su compañera y amiga Consuelo Berges, en el prólogo de «Canciones de mar y tierra» escribiría:

«¡A ver, Concha Méndez, marinera intrépida, aparta un poco tu persona de tu obra, que le das demasiada luz … y no nos dejas verla bien! ¡Que la gracia episódica de tus metáforas poéticas queda desdibujada por la vivaz imagen, múltiple e impetuosa, que es tu propia persona!»

En el segundo libro, «Surtidor», la autora se adentra un poco más en la Vanguardia y el Surrealismo con versos muy visuales y plásticos, en cuanto a imágenes poéticas se refiere, permitiendo ver en ellos la influencia de Góngora, Bécquer, Lorca y Juan Ramón Jiménez.

A la segunda etapa pertenecen sus obras «Vida a Vida» de 1932 y «Niño y sombra» de 1936, ambos reeditados y recogidos, junto a otros poemas inéditos, en «Lluvias enlazadas» de 1939 en La Habana, impreso en su entonces imprenta «El ciervo herido». A través del lenguaje de este último libro de poemas, la autora deja ver el desencanto y escepticismo del exilio, junto al desarraigo personal. También se acoge a esta etapa «Sombra y sueños» de 1944, poemas donde Concha se apoya en las temáticas de lo sombrío, la soledad, el dolor, la resistencia, el abandono y la nostalgia provocada por el exilio.

La tercera etapa vino marcada por poemas donde el eje temático trataba sobre la alegría por el nacimiento del niño Jesús, temas como el tiempo, los recuerdos, los sueños, la muerte y la propia existencia del ser humano. Libros como «Vida o río» de 1979 y «Entre el soñar y el vivir» de 1981, pertenecen a este período.

Concha Méndez, aficionada a la moda del sinsombrerismo, al deporte y a la natación, e imposibilitada a acceder a estudios universitarios a causa de los prejuicios sociales y familiares, dejó una huella profunda mediante su obra literaria. Una autora que sin duda alguna, y desde nuestra más humilde opinión, debería formar parte hoy en día de las primeras filas de autores de la historia de la literatura española. Y entonces, tal vez, la debamos estudiar en colegios, institutos u otros organismos de educación.

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Enlace de interés:

https://leer.es/proyectos/las-sinsombrero

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