Si toda la poesía del mundo desapareciera,

sería posible reconstruirla sobre la base de El príncipe constante.

Goethe en una carta que envía a Schiller en 1804.

El príncipe constante, comedia dramática dividida en tres actos y escrita por Pedro Calderón de la Barca en 1629, resulta ser según los estudios, una refundición del «Tratado sobre la vida y hechos del señor, príncipe muy virtuoso Don Fernando», del escritor portugués Fray Juan Alvares.

El protagonista, Fernando de Portugal, y su hermano príncipe Don Enrique se embarcan hacia Marruecos y llegan a la ciudad de Tánger para conquistarla, como así hicieron anteriormente con Ceuta. En los inicios de la obra, Don Fernando captura a uno de los más valientes generales del rey Fez, Muley, quien lleva una relación amorosa con la hija del rey. Al enterarse Don Fernando de esta situación lo deja libre sin condición alguna, con el propósito de que ella no se case con otro. Una muestra de generosidad, altruísmo y valor individual.

La expedición en Marruecos finalmente fracasa cuando Don Fernando cae en manos de sus habitantes. Estos le mantendrán vivo, pues saben que podría ser la garantía para luego rescatar Ceuta de las manos portuguesas. Cuando Don Enrique va a realizar la transacción por mandato de Alfonso, rey de Portugal y hermano de ambos, Don Fernando se niega y finalmente lo llevan a prisión. Asimismo, no aceptará tampoco la ayuda de Muley ni de los demás esclavos destinados a la misma suerte. Una vez allí muere y es entonces cuando se produce el mito ante todos. Mito de gran efecto teatral y poético.

El pueblo portugués, formado de un gran ejército, desembarca en tierra africana y con la sombra del infante santo, encabezando la batalla, obtienen el triunfo.

La obra, a nuestro entender, no solo trata de un sacrificio por la ciudad de Ceuta, sino también por conservar la religión cristiana. Don Fernando representa la iconografía de Cristo a través de la imagen que plasma Calderón de la Barca. La obra, caracterizada por largos monólogos ejecutados por los personajes, se diferencia en gran medida de otras que pertenecen igualmente al Siglo de Oro español. Una versión interesante de esta obra, la realiza en los años sesenta el director polaco Jerzy Grotowski a partir de la traducción del poeta romántico Juliusz Slowacki, quien añadió a la calidad literaria intrínseca en la original el hecho de simbolizar la independencia polaca.

La versión estrenada en 1965, junto a las piezas «Akrópolis» y «Fausto», fue uno de los más exitosos espectáculos del Teatro Laboratorio de Grotowski. Bien es sabido que el director polaco creía en un texto que trascendiera hacia la experiencia colectiva. Que prestara un especial interés al mito por su verdad implícita, y que mediante esta el espectador lograra una nueva percepción de su verdad personal. La experiencia que supone, mediante el terror y el sentimiento de lo sagrado, llegar a la “catarsis”.

Grotowski manifestaba su preocupación sobre la imposibilidad de lograr la igualdad entre la verdad personal y la colectiva. Por ello, abogada por la confrontación del mito y señalaba también lo difícil que resultaba en estos tiempos modernos la identificación con él. Con respecto a este tema, expresaba en 1986 en su libro Hacia un teatro pobre:

Se debe partir del trampolín que representa el texto y que ya está cargado en demasía de un número de asociaciones generales. Necesitamos un texto clásico al que podamos devolverle, mediante una especie de profanación, su verdad, o un texto moderno que aunque banal y estereotipado pueda tener raíces profundas en la psique de la sociedad.

¿Cuál otro texto podría haberle ofrecido la oportunidad a Grotowski de realizar el hecho de la confrontación durante una puesta en escena?. La profundidad y la polifonía estaban ahí, creadas por el gran Calderón, Grotowski solo tenía que desnudar el texto y hacer de la pobreza de su personaje una ecuación definitiva. Un medio para enfrentarse a las ideas y tradiciones propias de una nación, desde donde recoger la verdad individual a la cual abogaba. Un encuentro con el ego histórico de una forma realista y social.

Grotowski creía en un texto que, aunque anciano, fuese lo suficientemente real como para conservar la concentración de las experiencias humanas, las ilusiones, mitos, verdades y toda su fuerza hasta los tiempos más actuales. Convirtiéndose de este modo, en un texto trascendental que conlleve un vital mensaje, el cual pudiera heredar la generación actual de la anterior.

De acuerdo a los estudios realizados en su momento, Grotowski no pretendía representar la obra tal como la había concebido Calderón sino que, a modo de impresión, añadir su propia visión.

En la representación más moderna, aparece en la escena una especie de cama ritual desprovista de cualquier otro elemento. El primer prisionero es simbólicamente castrado. El personaje del príncipe, segundo prisionero, manifiesta pasividad y gentileza. Pertenece sin embargo, al igual que el príncipe de Calderón, a un orden de valores más espiritual con respecto a los demás caracteres. Ninguno de estos tendrá influencia sobre él. En cuanto a la adaptación escrita, el autor polaco y romántico Juliusz Slowacki supo captar bien el sentimiento del aquel español del Siglo de Oro. El príncipe, de esta manera, conservará su pureza hasta el final.

El escenario en alguna medida recuerda a una plaza de toros, donde los espectadores pueden observar desde arriba todo el tinglado. El protagonista, vestido solo de una camisa blanca, alude otra vez a lo simbólico. Más adelante, según avance la acción, se quedará casi desnudo. Un paño que recuerda al de Cristo en su crucifixión será lo que le distingue. Llegado a este punto, únicamente podrá defenderle su propia identidad.

En lo referente al vestuario desprovisto de artificio, cargado de un sentido religioso, en el acto tercero del texto calderoniano Don Fernando dice a Juan, su amigo:

Lo que os ruego,
noble don Juan, es que luego
que expire me desnudéis.
En la mazmorra hallaréis
de mi religión el manto
que le traje tiempo tanto.
Con éste me enterraréis
descubierto, si el rey fiero
ablanda la saña dura
dándome la sepultura.
Ésta señalad, que espero
que, aunque hoy cautivo muero,
rescatado he de gozar
el sufragio del altar,
que pues yo os he dado a vos
tantas iglesias, mi Dios,
alguna me habéis de dar.

El sufrimiento del príncipe en la obra de Grotowski se hace tolerable por ofrecerse este a la verdad. La acción conserva el significado más íntimo de la obra de Calderón y sus rasgos más característicos, propios de la época barroca.

Hoy no tenemos a nuestro alcance una representación completa de la obra del Teatro Laboratorio, pues Grotowski decidió dejar de grabar sus espectáculos avanzada su investigación. Las pocas imágenes que existen no podremos verlas en su totalidad a no ser que nos embarquemos a la ciudad de Wroclaw, donde se encuentra todo este valioso material.

En cuanto a los estándares escénicos, El príncipe constante de Grotowski causó tal rompimiento que nunca antes un actor de esta índole había logrado el estrellato. Eugenio Barba del Odin Teatret expresó ante este hecho teatral:

Existen momentos de una felicidad tan inmensa que uno tiene miedo. Pero, en vez de asustarme, El príncipe constante me dejó aturdido. Nunca un espectáculo me ha turbado tanto, haciéndome volar y aterrizar en el lugar de partida, pero totalmente cambiado. Mis fundamentos estaban patas arriba.

El texto representaba entonces la encarnación de la libertad individual, un grito de queja hacia la situación social y política que atravesaba Polonia en la época. La obra de Calderón, cargada de una poesía y pureza innegables, resultó ser un aliciente para la obra grotowskiana, una prueba de trasgresión clásica hasta nuestros tiempos.

Enlace de interés:

https://www.academia.edu/40098094/LA_INFLUENCIA_DEL_PRINCIPE_CONSTANTE_DE_GROTOWSKI_EN_ESPA%C3%91A

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