Miguel Mihura precursor del Teatro del Absurdo español.

Miguel Mihura nace en 1905 en Madrid y fallece en 1977 en la misma ciudad. Crece entre bambalinas y actuaciones, gracias a la actividad teatral de la época que desempeñaba su padre dentro del gremio, quien era actor y escritor de zarzuelas.
Desde los años 20 Miguel Mihura, cuando ya frecuentaba las tertulias en La Granja del Henar, comienza sus andaduras como escritor, historietista, periodista y va fraguando su quehacer como autor teatral. Cuando Mihura escribe su primera obra dramática “Tres sombreros de copa” en 1932, el autor ignoraba que veinte años más tarde, con el estreno en el Teatro Español de Madrid, sería consagrado como el precursor del teatro del absurdo en España. Veinte años tuvieron que pasar para que esta obra se estrenara. La cual marcará un particular comienzo en el panorama teatral de la época, por su ruptura con el teatro cómico anterior, iniciando los elementos característicos del nuevo estilo de humor.
Sería necesario repasar de manera global, antes de dedicarnos a comentar esta obra, el contexto histórico-literario en el que crece y se desarrolla intelectualmente el autor. A lo largo de su vida, Miguel Mihura, experimenta sucesos que marcaran en menor o mayor medida su obra literaria: la Primera Guerra Mundial, entre los años 1914 y 1919, la dictadura de Primo de Rivera, desde 1923 hasta 1931, la Guerra Civil española en 1936 y la Segunda Guerra Mundial que comienza en 1939 y termina en 1941. Asimismo, a principios del siglo XX en Europa comenzaron a desarrollarse algunas tendencias teatrales y corrientes artísticas que marcarán de manera definitiva los años anteriores y posteriores a “Tres sombreros de copa”. Por un lado, recordemos el asentamiento del Simbolismo como reacción ante el Naturalismo que Zola coloca en 1881 con su ensayo “El naturalismo en el teatro”. Asentamiento que dará lugar a la revalorización del lenguaje poético, de la imaginación y lo subjetivo. Y por otro lado, el teatro comprometido y político, el cual pone de manifiesto las contradicciones de las conductas generadas por una sociedad en decadencia.
Según Ruiz Ramón, cuando Mihura escribe “Tres sombreros de copa” en 1932, Jardiel Poncela (quien inicia abiertamente el teatro del absurdo en España con el acercamiento a un tipo de humor más inverosímil e ilógico) todavía no había escrito las piezas teatrales que romperían claramente con el teatro cómico español. Tampoco Casona había comenzado su carrera como dramaturgo. De este modo Mihura, coetáneo a Jardiel y a Casona, pertenece con esta, su primera obra dramática, a la etapa de renovación teatral que tiene lugar durante los años anteriores a la guerra civil española. Una etapa caracterizada por la ruptura de las formas y los temas dramáticos convencionales de la época. Sin embargo, las aportaciones del autor no serían reconocidas hasta después de dicha contienda.
Por otra parte, recordemos que hablar del teatro del absurdo es hablar en principio de un grupo de escritores europeos que pertenecen a una época de transición en un contexto de posguerra. Autores como Samuel Beckett, Arthur Adamov, Ionesco y Jean Genet fueron los principales representantes de este teatro en el París de la década de los cincuenta. Un teatro de vanguardia que nace de la preocupación por el hombre frente al mundo y la sociedad que le rodea, así como de la voluntad de reflejar la incongruencia de su existencia.
La tradición del teatro del absurdo recoge multitud de géneros, manifestaciones artísticas y movimientos tantos literarios como de otra índole, preñados en mayor o en menor grado de elementos absurdos como el dadaísmo, el surrealismo, el expresionismo, el simbolismo, la commedia dell´arte, la comedia satírica y grotesca, entre otros. En resumen, el teatro del absurdo muestra explícitamente la agonía existencial y metafísica del hombre moderno en un mundo que carece de sentido. Rebasando las fronteras del existencialismo en su esfuerzo de “integrar fondo y forma” mediante la desarticulación de la acción, la desintegración del lenguaje, el aniquilamiento del personaje y la personificación.
Volviendo a «Tres sombreros de copa», Guerrero Zamora afirma que en la pieza se da “una sistemática ruptura que atañe por igual al fondo y a la forma, proyectando sentimientos, hechos, cualidades y pasiones del teatro del absurdo”. Para García Ruiz, la obra de Mihura “no precede de la radical negativa de la angustia existencialista, sino de la poesía de quien anhela y no logra trascender lo cotidiano”. De manera general, la crítica ha relacionado esta obra con la producción de Ionesco. No es de extrañar que en la época en la cual fue concebida no se entendiera del todo las intenciones del autor, y que ello provocara varios intentos fallidos de estrenarla en 1932, 1935 y 1939.
Miguel Mihura, respecto a su afán de estrenarla en Madrid, expresa a modo de conclusión en 1943:
“No era uno de esos jóvenes intelectuales que llegan al teatro queriendo acabar con todo lo viejo y hablando mal de los autores consagrados. Yo admiraba a todos ellos y me leía una y otra vez sus comedias, sus zarzuelas, sus juguetes cómicos y sus sainetes (…) Y, de pronto, sin proponérmelo, sin la menor dificultad, había escrito una obra rarísima, casi de vanguardia, que no sólo desconcertaba a la gente, sino que sembraba el terror en los que la leían. Yo era, por tanto, como ese huevo de pato que incuba la gallina y que después, junto a los políticos, se encuentra extraño y forastero y con una manera de hablar distinta. A mí no me entendía nadie y, sin embargo, yo entendía a todos. Y mi manera de hablar me parecía perfectamente comprensibles”.
La genialidad de Mihura radica precisamente en romper desde la situación dramática el lenguaje, los caracteres y los moldes habituales de la creación escénica, desde donde pone de manifiesto con el desarrollo de la acción la rigidez, la falsedad y lo absurdo del ser humano.
Después del estreno en Madrid en 1952, «Tres sombreros de copa» se representa en París cinco años más tarde. Ionesco en un artículo publicado en 1959, dedicaba estas palabras:
“Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, tiene la ventaja de asociar el humor trágico, la verdad profunda, al ridículo, que, como principio caricaturesco, sublima y realza, ampliándola, la verdad de las cosas El estilo irracional de estas obras puede desvelar, mucho mejor que el racionalismo formal o la dialéctica automática, las contradicciones del espíritu humano, la estupidez, el absurdo (…) La obra de Mihura exige un pequeño esfuerzo, una cierta agilidad de espíritu por parte del espectador o del lector; sorprender lo racional a través de lo irracional; pasar de un plano de la realidad a otro; de la vida al sueño; del sueño a la vida. Esta desarticulación aparente es, en el fondo, un excelente ejercicio para enriquecer la expresión teatral, multiplicar, variar los dominios de la realidad, sometidos a la exploración del autor dramático. En esta obra lo trágico se une a lo cómico, el dolor a lo bufo, lo irrisorio a lo grave. Es una excelente gimnasia intelectual».
Como se ha sugerido hasta ahora, en la obra se plasman algunas líneas que integran el teatro del absurdo: lo no verbal; el humor presente en la degradación del lenguaje; lo grotesco; el tratamiento de lo onírico como centro de la obra (plasmado en el sueño de libertad durante una noche del protagonista); la personificación (recordemos cuando Dionisio comenta que la abuela y el caballo discutían, y que el caballo “decía muchas más picardías”); los nombres alegóricos.
Dionisio, el protagonista, llega a la habitación de un hotel de provincia de segunda categoría para el día siguiente casarse con la hija de Don Sacramento, Margarita. Mihura no parece preocupado por situar la trama en un lugar específico, puesto que este hotel modesto podría ubicarse en cualquier lugar de Europa. A la llegada de Dionisio le acompaña Don Rosario, el propietario.
Asistimos desde el principio a la evidente intención del autor por reducir la obra a lo absurdo: Dionisio le dice a Don Rosario que las lucecitas que ve desde el balcón de la habitación son dos blancas y una roja, y Don Rosario le contesta que en los quince años que él ha estado mostrando dichas luces nunca nadie le ha dicho que hay una roja, para luego confesarle que nunca las ha visto a causa de su débil vista. Mihura, de esta forma, abre el camino a una disparatada retórica. A partir de esta primera escena, Dionisio vivirá una serie de aventuras con un grupo de artistas de vaudeville que, al confundirle con un malabarista por sus sombreros, le harán hacer cosas que él nunca antes había experimentado. Con Paula, la actriz-bailarina principal de este grupo de bohemios y personaje que representa la posible libertad del joven, nace el amor, pero esta libertad no se logra. Dionisio a la mañana siguiente, como despertando de un sueño, se arregla conforme para ir a la boda. El protagonista consigue evadirse de su realidad durante solo una noche, pues el amor por Paula debe morir para cumplir con todo lo estipulado en la sociedad burguesa en la que vive sumergido.
Como bien afirma García Ruiz, “Mihura desarrolla todo un juego básicamente teatral en el que van quedando en evidencia las limitaciones de «lo normal», la irritante mediocridad del espíritu burgués identificado con el conformismo”. De este mismo modo, se ponen de manifiesto las dos diferentes concepciones enfrentadas entre sí, por una parte, el mundo burgués adinerado y cursi, limitado por una moral estricta de tópicos y tabúes, y por otra parte, el mundo casi inverosímil, errante, libre, aventurero y apasionado, representado por los personajes arquetipos del music-hall y de la bohemia despreocupada por lo moral. Aunque ambos mundos no quedan libres de apariencias, en “Tres sombreros de copa” las normas morales del mundo burgués se ridiculizan a través de los personajes de El Odioso Señor y de Don Sacramento.
En la escena que abre el tercer acto, en la cual Don Sacramento irrumpe en la habitación de Dionisio, Mihura utiliza el lenguaje para caracterizar a los personajes y ridiculiza al padre de la novia a través de la importancia que este le concede a los “huevos fritos”, plato que tiene que gustar a las personas honorables, como si de una norma inquebrantable se tratase:
DON SACRAMENTO. (Dentro.) ¡Dionisio! ¡Dionisio! ¡Abra! ¡Soy yo! ¡Soy don Sacramento! ¡Soy don Sacramento! ¡Soy don Sacramento!…
DIONISIO. Sí… Ya voy… (Abre. Entra DON SACRAMENTO, con levita, sombrero de copa y un paraguas.) ¡Don Sacramento!
DON SACRAMENTO. ¡Caballero! ¡Mi niña está triste! Mi niña, cien veces llamó por teléfono, sin que usted contestase a sus llamadas. La niña está triste y la niña llora. La niña pensó que usted se había muerto. La niña está pálida… ¿Por qué martiriza usted a mi pobre niña?…
DIONISIO. Yo salí a la calle, don Sacramento… Me dolía la cabeza… No podía dormir… Salí a pasear bajo la lluvia. Y en la misma calle, di dos o tres vueltas… Por eso yo no oí que ella me llamaba… ¡Pobre Margarita!… ¡Cómo habrá sufrido!
DON SACRAMENTO. La niña está triste. La niña está triste y la niña llora. La niña está pálida. ¿Por qué martiriza usted a mi pobre niña?…
DIONISIO. Don Sacramento… Ya se lo he dicho… Yo salí a la calle… No podía dormir.
DON SACRAMENTO. La niña se desmayó en el sofá malva de la sala rosa… ¡Ella creyó que usted se había muerto! ¿Por qué salió usted a la calle a pasear bajo la lluvia?…
DIONISIO. Me dolía la cabeza, don Sacramento…
DON SACRAMENTO. ¡Las personas decentes no salen por la noche a pasear bajo la lluvia…! ¡Usted es un bohemio, caballero!.
DIONISIO. No, señor.
DON SACRAMENTO. ¡Sí! ¡Usted es un bohemio, caballero! ¡Sólo los bohemios salen a pasear de noche por las calles!.
DIONISIO. ¡Pero es que me dolía mucho la cabeza!
DON SACRAMENTO. Usted debió ponerse dos ruedas de patata en las sienes…
DIONISIO. Yo no tenía patatas…
DON SACRAMENTO. Las personas decentes deben llevar siempre patatas en los bolsillos, caballero… Y también deben llevar tafetán para las heridas… Juraría que usted no lleva tafetán…
DIONISIO. No, señor.
DON SACRAMENTO. ¿Lo está usted viendo? ¡Usted es un bohemio, caballero!… Cuando usted se case con la niña, usted no podrá ser tan desordenado en el vivir. ¿Por qué está así este cuarto? ¿Por qué hay lana de colchón en el suelo? ¿Por qué hay papeles? ¿Por qué hay latas de sardinas vacías? (Cogiendo la carraca que estaba en el sofá.) ¿Qué hace aquí esta carraca? (Y se queda con ella, distraído, en la mano. Y, de cuando en cuando, la hará sonar mientras habla.)
DIONISIO. Los cuartos de los hoteles modestos son así… Y éste es un hotel modesto… ¡Usted lo comprenderá, don Sacramento!…
DON SACRAMENTO. Yo no comprendo nada. Yo no he estado nunca en ningún hotel. En los hoteles sólo están los grandes estafadores europeos y las vampiresas internacionales. Las personas decentes están en sus casas y reciben a sus visitas en el gabinete azul, en donde hay muebles dorados y antiguos retratos de familia… ¿Por qué no ha puesto usted en este cuarto los retratos de su familia, caballero?.
DIONISIO. Yo sólo pienso estar aquí esta noche…
DON SACRAMENTO. ¡No importa, caballero! Usted debió poner cuadros en las paredes. Sólo los asesinos o los monederos falsos son los que no tienen cuadros en las paredes… Usted debió poner el retrato de su abuelo con el uniforme de maestrante…
DIONISIO. Él no era maestrante… El era tenedor de libros…
DON SACRAMENTO. ¡Pues con el uniforme de tenedor de libros! ¡Las personas honradas se tienen que retratar de uniforme, sean tenedores de libros o sean lo que sean! ¡Usted debió poner también el retrato de un niño en traje de primera comunión!.
DIONISIO. Pero ¿qué niño iba a poner?.
DON SACRAMENTO. ¡Eso no importa! ¡Da lo mismo! Un niño. ¡Un niño cualquiera! ¡Hay muchos niños! ¡El mundo está lleno de niños de primera comunión!… Y también debió usted poner cromos… ¿Por qué no ha puesto usted cromos? ¡Los cromos son preciosos! ¡En todas las casas hay cromos! «Romeo y Julieta hablando por el balcón de su jardín», «Jesús orando en el Huerto de los Olivos», «Napoleón Bonaparte, en su destierro de la isla de Santa Elena»… (En otro tono, con admiración.) Qué gran hombre Napoleón, ¿verdad?.
DIONISIO. Sí. Era muy belicoso… ¿Era ese que llevaba siempre así la mano? (Se mete la mano en el pecho.)
DON SACRAMENTO. (Imitando la postura.) Efectivamente, llevaba siempre así la mano…
DIONISIO. Debía de ser muy difícil!, ¿verdad?.
DON SACRAMENTO. (Con los ojos en blanco.) ¡Sólo un hombre como él podía llevar siempre así la mano!…
DIONISIO. (Poniéndose la otra mano en la espalda.) Y la otra la llevaba así…
DON SACRAMENTO. (Haciendo lo mismo.) Efectivamente, así la llevaba.
DIONISIO. ¡Qué hombre!.
DON SACRAMENTO. ¡Napoleón Bonaparte!… (Pausa admirativa, haciendo los dos de Napoleón. Después, DON SACRAMENTO sigue hablando en el mismo tono anterior.) Usted tendrá que ser ordenado… ¡Usted vivirá en mi casa, y mi casa es una casa honrada! ¡Usted no podrá salir por las noches a pasear bajo la lluvia! Usted, además, tendrá que levantarse a las seis y cuarto para desayunar a las seis y media un huevo frito con pan…
DIONISIO. A mí no me gustan los huevos fritos…
DON SACRAMENTO. ¡A las personas honorables les tienen que gustar los huevos fritos, señor mío! Toda mi familia ha tomado siempre huevos fritos para desayunar… Sólo los bohemios toman café con leche y pan con manteca.
DIONISIO. Pero es que a mí me gustan más pasados por agua… ¿No me los podían ustedes hacer a mí pasados por agua…?
DON SACRAMENTO. No sé. No sé. Eso lo tendremos que consultar con mi señora. Si ella lo permite, yo no pondré inconveniente alguno. ¡Pero le advierto a usted que mi señora no tolera caprichos con la comida!…
DIONISIO. (Ya casi llorando.) ¡Pero yo qué le voy a hacer si me gustan más pasados por agua, hombre!.
DON SACRAMENTO. Nada de cines, ¿eh?… Nada de teatros. Nada de bohemia… A las siete, la cena… Y después de la cena, los jueves y los domingos, haremos una pequeña juerga. (Picaresco.) Porque también el espíritu necesita expansionarse, ¡qué diablo! (En este momento se le descompone la carraca, que estaba tocando. Y se queda muy preocupado.) ¡Se ha descompuesto!…
DIONISIO. (Como en el acto anterior Paula, él la coge y se la arregla.) Es así. (Y se la vuelve a dar a DON SACRAMENTO que, muy contento, la toca de cuando en cuando.)
DON SACRAMENTO. La niña los domingos, tocará el piano, Dionisio… Tocará el piano, y quizá, quizá, si estamos en vena, quizá recibamos alguna visita… Personas honradas, desde luego… Por ejemplo, haré que vaya el señor Smith… Usted se hará en seguida amigo suyo y pasará charlando con él muy buenos ratos… El señor Smith es una persona muy conocida… Su retrato ha aparecido en todos los periódicos del mundo… ¡Es el centenario más famoso de la población! Acaba de cumplir ciento veinte años y aún conserva cinco dientes… ¡Usted se pasará hablando con él toda la noche!… Y también irá su señora…
DIONISIO. ¿Y cuántos dientes tiene su señora?.
DON SACRAMENTO. ¡Oh, ella no tiene ninguno! Los perdió todos cuando se cayó por aquella escalera y quedó paralítica para toda su vida, sin poderse levantar de su sillón de ruedas… ¡Usted pasará grandes ratos charlando con este matrimonio encantador!
DIONISIO. Pero ¿y si se me mueren cuando estoy hablando con ellos? ¿Qué hago yo, Dios mío?.
DON SACRAMENTO. ¡Los centenarios no se mueren nunca! ¡Entonces no tendrían ningún mérito, caballero!… (Pausa. DON SACRAMENTO hace un gesto, de olfatear.) Pero… ¿a qué huele en este cuarto?… Desde que estoy aquí noto yo un olor extraño… Es un raro olor… ¡Y no es nada agradable este olor!…
DIONISIO. Se habrán dejado abierta la puerta de la cocina…
DON SACRAMENTO. (Siempre olfateando.) No. No es eso… Es como si un cuerpo humano se estuviese descomponiendo…
DIONISIO. (Aterrado. Aparte.) ¡Dios mío! ¡Ella se ha muerto!…
DON SACRAMENTO. ¿Qué olor es éste, caballero? ¡En este cuarto hay un cadáver! ¿Por qué tiene usted cadáveres en su cuarto? ¿Es que los bohemios tienen cadáveres en su habitación?…
DIONISIO. En los hoteles modestos siempre hay cadáveres…
DON SACRAMENTO. (Buscando.) ¡Es por aquí! Por aquí debajo. (Levanta la colcha de la cama y descubre los conejos que tiró EL CAZADOR. Los coge.) ¡Oh, aquí está! ¡Dos conejos muertos! ¡Es esto lo que olía de este modo!… ¿Por qué tiene usted dos conejos debajo de su cama? En mi casa no podrá usted tener conejos en su habitación… Tampoco podrá usted tener gallinas… ¡Todo lo estropean!…
DIONISIO. Estos no son conejos. Son ratones…
DON SACRAMENTO. ¿Son ratones?.
DIONISIO. Sí, señor. Son ratones. Aquí hay muchos…
DON SACRAMENTO. Yo nunca he visto unos ratones tan grandes…
DIONISIO. Es que como éste es un hotel pobre, los ratones son así… En los hoteles más lujosos, los ratones son mucho más pequeños… Pasa igual que con las barritas de Viena…
DON SACRAMENTO. ¿Y los ha matado usted?.
DIONISIO. Sí. Los he matado yo con una escopeta. El dueño le da a cada huésped una escopeta para que mate los ratones…
DON SACRAMENTO. (Mirando una etiqueta del conejo.) Y estos números que tienen al cuello, que significan? Aquí pone 3,50…
DIONISIO. No es 3,50. Es 350. Como hay tantos, el dueño los tiene numerados, para organizar concursos. Y al huésped que, por ejemplo, mate el número 14, le regala un mantón de Manila o una plancha eléctrica…
DON SACRAMENTO. ¡Qué lástima que no le haya a usted tocado el mantón! ¡Podríamos ir a la verbena!… ¿Y qué piensa usted hacer con estos ratones?…
DIONISIO. No lo he pensado todavía… Si quiere usted se los regalo…
DON SACRAMENTO. ¿A usted no le hacen falta?
DIONISIO. No. Yo ya tengo muchos. Se los envolveré en un papel. (Coge un papel que hay en cualquier parte y se los envuelve. Después se los da.)
DON SACRAMENTO. Muchas gracias, Dionisio. Yo se los llevaré a mis sobrinitos para que jueguen… ¡Ellos recibirán una gran alegría!… Y ahora, adiós, Dionisio. Voy a consolar a la niña, que aún estará desmayada en el sofá malva de la sala rosa… (Mira el reloj.) Son las seis cuarenta y tres. Dentro de un rato, el coche vendrá a buscarle para ir a la iglesia. Esté preparado… ¡Qué emoción! ¡Dentro de unas horas usted será esposo de mi Margarita!…
DIONISIO. Pero ¿le dirá usted a su señora que a mí me gustan más los huevos pasados por agua?.
DON SACRAMENTO. Sí. Se lo diré. Pero no me entretenga. ¡Oh, Dionisio! Ya estoy deseando llegar a casa para regalarles esto a mis sobrinitos… ¡Cómo van a llorar de alegría los pobres pequeños niños!.
DIONISIO. ¿Y también les va usted a regalar la carraca?.
DON SACRAMENTO. ¡Oh, no! ¡La carraca es para mí!.
Acto III (escena primera) de Tres sombreros de copa.
Mihura se burla del mundo burgués con un marcado sinsentido verbal. Don Sacramento afirma que las personas decentes deben llevar siempre tafetán y patatas en los bolsillos, deben estar en sus casas y recibir a sus visitas en el gabinete azul, no deben salir a pasear de noche por las calles y les tienen que gustar los huevos fritos, resultando ser una escena cargada de elementos propios del absurdo y de simbología. La verborrea con que acomete Don Sacramento a Dionisio convierte a este irremediablemente, entre réplicas absurdas, en marioneta. Dionisio pierde autonomía, pero lejos de ser un fantoche es más bien el resultado de ser según lo que le rodea. Ante la pasividad que le caracteriza, extravía la facultad de opinar.
Asimismo, los conejos muertos y la carraca son objetos de juego. El padre de la novia, quien cree que son ratones los conejos, decide llevarle a sus sobrinos los cadáveres para que jueguen. La carraca irá sonando a lo largo de la escena transformando la habitación del joven en zona de juego. Conejos y carraca, puestos en escena a ex profeso, reflejan a modo de espejo la condición que Mihura le concede al protagonista, la de un juguete. Víctima de las dos diferentes concepciones, la burguesía por un lado, y por el otro, la bohemia.
«Tres sombreros de copa», farsa moderna, resulta ser obra pionera gracias a la forma novedosa en la que el autor hace funcionar el humor. La comicidad se presenta dejando al descubierto la melancolía, la nostalgia, los sueños perdidos, el desengaño, el conformismo y la amargura con la que culmina la trama. No se trata de una obra de abierta carcajada, sino de humor sutil, dejando en el espectador las puertas abiertas del subconsciente.
Enlace de interés:
https://www.bolchiro.com/wp-content/uploads/2016/09/Tres_sombreros_MUESTRA.pdf
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